Este texto de opinión lo escribí hace unos días para el trabajo final de la cátedra de Producción de Textos, de la Facultad de Bellas Artes de la UNLP. Acá está el original. El trabajo, en general, constaba con escribir una serie de textos de diversas características (narrativo, de opinión, informativo, poético, etc) sobre una obra artística en el marco de la cultura latinoamericana. La elegida por mi grupo fue Los 80, la serie que transmite Canal 13.
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La dictadura de Augusto Pinochet, que gobernó Chile desde el violento golpe de Estado el 11 de Septiembre de 1973, hasta marzo de 1990, es considerado uno de los regímenes más sanguinarios y violentos de la historia del siglo XX. Si bien se enmarca entre una cantidad de hasta 10 situaciones simultáneas similares en la región, de todas las dictaduras militares que se dieron en Latinoamérica en la segunda mitad del siglo pasado, es la dictadura chilena la que ha sobresalido, principalmente porque fue la más larga, y especialmente por los niveles de violencia que alcanzó. Pinochet se encargó de llenar el mundo de chilenos en el exilio, que dedicaron sus años a denunciar lo que estaba pasando en su país. Pero mientras la atención se quedó en las desapariciones, torturas, secuestros y asesinatos, la dictadura operaba su verdadera victoria. La derrota a la dictadura chilena se transformó en sacar a Pinochet del poder, para que en Chile ya no se matara más; pero la violencia que las Fuerzas Armadas ejercieron en su régimen, no se quedó solo en las violaciones a los Derechos Humanos. La dictadura chilena fue artífice del primer experimento político, social, y económico, escenario real de la tesis de un grupo de estudiantes chilenos de la Universidad de Chicago, que bajo la tutoría de Milton Freedman, instalaron por primera vez, y en base a una doctrina del shock y el terror, el neoliberalismo. La victoria de la dictadura entonces, se tradujo en su profundo arraigo en la institucionalidad y marco legal chilenos, dejando amarrada incluso una constitución que hasta el día de hoy está intacta. Chile se transformó entonces en el país modelo del sistema capitalista occidental, y la sociedad chilena se transformó en una sociedad de consumo. ¿Cómo se representa esto? ¿Cómo puede el arte explicar estas transformaciones, a un nivel que sea fiel con la realidad?
La serie de televisión “Los 80”, que ya cumple 5 años al aire por televisión abierta, nos narra la historia de una familia de clase media resistiendo los embates de una época convulsionada por la violencia política de la dictadura de Pinochet. Encontramos en esta serie de televisión, una representación sorprendentemente fuerte de la época, con sus desgracias y alegrías, que ha logrado superar las limitaciones del rating y los índices económicos propios del medio, para mantenerse como líder en sintonía, en horario de estelar, y con éxito de crítica. Pero el acierto de “Los 80” no radica en su categoría de éxito televisivo, sino en su capacidad de articularse como universo representador de una herida aún abierta en una sociedad que encontró en ésta su vía de escape para mirarse a sí misma. Su éxito recae en la capacidad que tuvo de conectarse con la realidad que a miles de chilenos, más allá de su grado de militancia o claridad ideológica, les tocó vivir; capacidad que supo aprovechar la vitrina televisiva, pues no es lo mismo hacer una película, con tiempo acotado, que será vista por, a lo sumo, unos miles de espectadores, que hacer una serie televisiva de cinco años, vista por cientos de miles cada domingo por la noche.
Desde el principio, la serie se la jugó por dar esbozos de la situación social y política chilena, acorde a las fechas en las que la historia comienza; el año 82, donde transcurren los capítulos de la primera temporada, estuvo marcado por la grave crisis económica que llevó al régimen militar a comenzar a implementar las reformas necesarias para instalar el nuevo sistema político-económico. El desempleo, las incipientes protestas, las privatizaciones, la llegada de nuevas tecnologías extranjeras y la aparición de los créditos, son algunas de las cosas por las que pasa la familia Herrera en los comienzos de la serie, y que a la vez son los síntomas que experimentó la sociedad en su conjunto, como resultado de los cambios políticos y económicos que se estaban llevando a cabo. La llegada de un televisor como gran alegría para la familia, se contrasta con la súbita pérdida de trabajo del padre de familia, y los posteriores conflictos que tiene al intentar defenderse con su sindicato. La crisis económica es el eje de la primera temporada, y apertura para lo que vendría después.
Durante los años 83 y 84, debido a la grave crisis económica, los chilenos comenzaron de a poco a perder el miedo a los militares, y comenzaron a salir a la calle, comenzando una segunda ola de represión, casi más sanguinaria que la primera; mientras los primeros siete años de la dictadura fueron de desapariciones, secuestros y allanamientos por la noche, y mucho silencio, la década de los ochenta fue de combate en la calle, asesinatos a la luz del día, y muchos enfrentamientos entre civiles y la policía militar. En la serie, la hija mayor, estudiante universitaria, comienza paulatinamente a verse envuelta en las protestas, a las que apoya a pesar de la preocupación de los padres. Es así como comienza una relación con un militante de una organización clandestina llamada el Frente Patriótico Manuel Rodríguez (brazo armado del Partido Comunista), y se ve envuelta en los devenires del enfrentamiento directo con la dictadura; se van al exilio, separándose de su familia, y cuando ella y su novio vuelven a Chile, ella es secuestrada por un agente de la policía secreta de Pinochet que se había hecho pasar por hermano perdido del padre de la familia, y el novio militante es asesinado. Cuando ella vuelve a su hogar, el agente deja abierta la amenaza de la vigilancia y la represión estatal. Así, durante todo este arco argumental, la serie alcanzó su máximo compromiso con la realidad de la época, al mostrar explícitamente secuestros, allanamientos, enfrentamientos armados, escenas de torturas y asesinatos, todo hábilmente mezclado con las imágenes de archivo característicos de la serie, y articulado con hechos históricos reales.
Paralelamente al desarrollo de la trama, a ese nivel político, la serie nos narra transformaciones más sutiles tanto en las dinámicas sociales, como en las subjetividades de los personajes. Juan Herrera, el padre de familia, trabajador esforzado, nos sirve de ventana para entender cómo la clase trabajadora se desbarató a manos del desempleo, se descabezó políticamente, y quedó a merced de la ola neoliberal. Así, Juan pasa de ser capataz de una fábrica textil, a vendedor en una tienda de ropa, y luego a dueño y administrador de su propia y modesta fábrica de textiles. Los valores del libre mercado instalados en la época, se ven reflejados en el arco argumental del personaje, que en circunstancias de no encontrar trabajo, recurre a la empresa y el comercio, como miles lo hicieron en la época, buscando la forma de salvar la crisis.
La despolitización es otro de los factores en los que la serie acierta. La dictadura atacó no sólo a las orgánicas políticas de izquierda, sino que también al propio ejercicio de la política en lo cotidiano, a través del miedo. Así es como Ana, la madre, cuya preocupación máxima es la seguridad de sus hijos, tiene miedo incluso de mencionar temas políticos. Rehúye los debates, y es reacia a las ideas que su hija tiene. Cuando en la radio aparecen noticias de carácter político, y Claudia, la hija, comienza a tocar el tema, Ana apaga la radio. Y es que ella es víctima también del bombardeo cultural que la dictadura instaló; al cercenar a los artistas populares, comprometidos política y socialmente, los medios de comunicación masivos, cercanos al régimen, abrieron la época de los estelares televisivos, los concursos de belleza, y las bailarinas. Ana, como la mayoría de dueñas de casa, es espectadora de un entramado cultural destinado a despolitizar y desinformar. Pero toda esta imposición tiene su resistencia.
Martín, el segundo hijo, tiene como sueño entrar a la escuela de aviación de la Fuerza Aérea. En los comienzos de la serie, debido a su vocación, tiene ciertas ideas y posturas afines al régimen militar, y por ello discute mucho con su hermana Claudia. Pero debido a un accidente, queda imposibilitado de ser piloto, y cae en una depresión que lo llevaría a acercarse a malas influencias y ambientes turbios. Es en esta misma situación que, de pronto, se encuentra con toda una cultura underground que por sí misma intenta resistir los embates de la dictadura; conoce al grupo “Los Prisioneros”, banda emblemática de la juventud ochentera, cuyas letras de denuncia social son himnos hasta el día de hoy. Martin entonces se involucra en este ambiente, y comienza a ver en carne propia la violencia de la dictadura, cuando comienza a trabajar de camarógrafo en un canal independiente que envía material fílmico al extranjero. Este arco argumental nos presenta a una juventud que se negó a alimentarse de la cultura impuesta, y comenzó a generar los focos de resistencia que estallarían en los años venideros.
La dictadura chilena se acabó cuando Pinochet decidió volver a legalizar a los partidos políticos opositores, con excepción del Partido Comunista, y juntos convocar a un plebiscito donde se decidiría si él seguía en el gobierno o no. La sociedad entera se volcó a votar que No, y Pinochet entregó el mando al presidente siguiente, comenzando la “transición a la democracia”. La dictadura chilena, así, perdió en las urnas, pero ganó en todo lo demás, pues este final pactado fue el acuerdo que necesitaba la derecha para poder consolidar los cambios políticos e institucionales que la dictadura fraguó durante los ochenta. Hasta el día de hoy, la constitución y el marco legal que Pinochet instaló hasta el último día de su régimen, siguen vigentes. La sociedad chilena, tal como lo es hoy, es producto de este régimen, y de su legado. El gran valor que tiene “Los 80”, es haber sido capaz de imponerse por sobre lógicas del negocio, y lanzarse a mostrar una época tal cual lo fue: sin caer en el lugar común de poner a la lucha contra la dictadura como un enfrentamiento entre el bien y el mal, y sin caer tampoco en la omisión de la situación política, reduciéndose a una telenovela de nostalgia generacional, fue capaz de conjugar todos los niveles de la violencia pinochetista, en una sola familia, que los enfrenta con la fuerza que la sociedad chilena enfrento a la dictadura durante 17 años. Todo esto, en horario estelar, y con el más alto rating, prueba de que los chilenos no sólo ven una serie, sino que ven un espejo, y por lo tanto en el fondo, adentro de la sociedad de consumo instalada, hay resistencia también.
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